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¿Te cuesta leer?

Pienso que…si te has hecho esta pregunta alguna vez, el simple hecho de hacerlo deja entrever un resquicio de reproche similar al arrepentimiento fugaz del niño que come una golosina más después de que su padre le diga que ya es suficiente.

La única respuesta a la pregunta la tienes tú. Yo me limitaré a compartir algunos pensamientos invitándote a sumarte a ellos si crees que pueden ayudarte, o a rebatirlos sin más con absoluta libertad.

Como profesor te diré que hay varios motivos por los cuales los jóvenes reconocen tener dificultades para leer con asiduidad. Entre ellos: el haber sido víctimas de algunas lecturas obligatorias en las etapas educativas, poco propicias para no iniciados; el ser miembros de una familia donde no se ha fomentado la lectura desde pequeños;el haber sido programados para utilizar la lectura para memorizar, vomitar y olvidar, más que para gozar de ella; el tratarse de algo que no puede ser consumido en un instante a diferencia de un concierto o una película de tu interés; el ser un formato (el papel e incluso la propia pantalla de un ebook) de poca atracción audiovisual para una generación de jóvenes de sonidos y colores; el tratarse de un arte, en ocasiones, con poco morbo social ( la vida del escritor puede ser tan divertida en ocasiones como un empate a cero de tercera regional); el requerir una atención exclusiva a diferencia de las multitareas tan de moda como wasapear y hablar con alguien al mismo tiempo; el considerar que la lectura es una afición obsoleta, propia de la generación nacida de los ochenta para abajo; el hecho de no poder comentar con casi nadie tu opinión respecto a tal libro ( a diferencia del juego que dan las series vistas por Netflix party, por ejemplo), y a buen seguro, muchas más que me dejo en el tintero; y algunas más que trataré a continuación.

Los que bailamos con cuarentas, cincuentas y más años a cuestas, venimos de una generación más pausada (pausa no es sinónimo de mejor, ni antónimo de peor, desde luego). Esa pausa, decía, que nos llevaba a alargar las sobremesas, o a esperar en filas de a uno pacientemente a que la maestra nos dejara regresar a las clases tras el recreo, nos fue forjando un cerebro de manera distinta a como se están formando el de las generaciones más jóvenes. Y no digo que sea mejor ni peor, simplemente es diferente y acorde con el tiempo presente.

Cito a David A. Sousa, en su último libro: Cómo aprende el cerebro, lectura que recomiendo si te van los ensayos de psicología de más de seiscientas páginas.

El cerebro joven ha respondido a la tecnología modificando su funcionamiento y su organización para adaptarse a la gran cantidad de estimulación que se da en el entorno (Sousa, 2016). Mediante la aclimatación a estos cambios, el cerebro responde más que nunca a lo único y diferente (lo que llamamos novedad). La tecnología se ha convertido en el factor dominante de sus vidas, y debido a la neuroplasticidad está modificando su cerebro.

¿Recuerdan ustedes aquellos telediarios donde el semblante y la voz del periodista abrazaban el foco de atención de sus telespectadores? Compárenlo con los de ahora, donde la ninguneada presencia del periodista comparte pantalla con las imágenes en movimiento de fondo, y las noticias de deporte, cultura, economía, bolsa, sucesos… que van circulando en bucle por la parte inferior de la pantalla.

Incluso algo tan banal como el saber esperar al capítulo siguiente de la serie Dallas, que en mi caso veíamos en familia, elucubrando durante esos días el posible devenir del siguiente capítulo, se evanece en estos días sumido en una sociedad formada por individuos dueños de su velocidad de consumo. ¿Cuántos seguidores de la serie La Casa de Papel, no miraron uno tras otro los capítulos de la reciente cuarta temporada, apagando la capacidad de imaginar y elucubrar con posibles desenlaces el devenir del siguiente capítulo?

Somos la sociedad del instante fugaz, del ahora y rápido, del usar y tirar y a otra cosa, del fuego, fuego, fuego que Kotler compara con el más pausado: apunten, disparen, fuego, del ya lejano siglo XX. Y en ese contexto social, el ritmo lento y acomodado que requiere la buena lectura, hace aguas por todas partes.

La comprensión secuencial, tan propia de la lectura, es algo que comporta una manera de proceder diferente a la de las generaciones más jóvenes, pero que también puede beneficiarles sin duda. El hecho de leer primero los diferentes fonemas que componen las palabras que nuestro cerebro descodifica, comprender el mensaje de las diferentes oraciones, captar el mensaje en su conjunto y, por fin, ser capaces de imaginar la escena y de recrearnos en ella, e incluso de tunearla si nos apetece, al tratarse de nuestra propia escena  y no de la copia exacta de la imaginada por el autor, debería ser algo fantástico, y de aconsejable práctica para todos, ¿verdad?

Pero la realidad es que leer no está de moda, lamentablemente. Ahora se lleva la comprensión instantánea propia del medio audiovisual (imagen y sonido me llegan al mismo tiempo de manera que solo me queda la libertad de emocionarme, o de apretar el botón rojo del mando a distancia si no me convence). La imaginación y creatividad de mi cerebro están en off, permanentemente.

¿Creatividad? Sí, creatividad. ¿Te has preguntado también alguna vez por qué te cuesta ser creativo? O voy más allá, ¿ entiendes que la creatividad puede ser el único valor añadido que podrás aportar en el futuro a un mercado laboral automatizado? Si no te los has preguntado, lo celebro, sobre todo si no lo has hecho porque te consideras una persona creativa. Y escribo creativo, no genio de la creatividad, que hay muy pocos. Si te lo has preguntado y sabes la respuesta, fantástico, ya sabes qué hacer y qué no para serlo (ten cuidado con utilizar erróneamente la genética como escusa). Y si no tienes respuesta a la pregunta, pero necesitas una, deberías empezar preguntándote si además de ignorar la literatura, también reconoces dedicar escaso tiempo de tu vida a la música (tocando un instrumento, por ejemplo), o a tener un papel activo en áreas como la plástica, el dibujo, la fotografía, la decoración, la escultura,….en definitiva, a cualquiera de las múltiples manifestaciones creativas que el ser humano es capaz de llevar a cabo, alimentando la imaginación y creatividad de su cerebro. Es difícil obtener grandes frutos de lo que no se cultiva, ¿no crees?

Que el tiempo es finito es tan cierto como que, posiblemente hoy en día, la mayoría de nosotros, dedicamos mucho tiempo a las redes sociales, individualmente. He de decir que, personalmente, me considero un simple aficionado, para nada forofo de ellas, a pesar de reconocer la parte positiva que ofrecen. Las considero un excelente medio de comunicación universal con la misma convicción que en ocasiones me parecen unas hienas vestidas de corderitos dispuestas a devorar nuestro tiempo hipnotizándolo con banalidades superfluas.

Entiendo que una persona pueda hacerse una foto y colgarla en Instagram, como un ejercicio artístico que es interesante mostrar a los demás, o que alguien decida compartir con sus amistades de Facebook un aspecto importante de su vida, obra y milagros. Excelente, si además hace florecer con ellos sentimientos humanos, como afortunadamente ocurre a menudo. Pero, ¿qué hay de artístico en subir una foto de lo que voy a comer hoy, o de la ropa que he decidido ponerme para acompañar a la sonrisa efímera que perpetuará ese instante de mi vida? En mi opinión lo único interesante de estos actos son el de ser un canto a la libertad, a la libertad de invertir mi tiempo como me venga en gana, y… siendo así, lo celebro, pero… reconozco que no me es fácil dotarlos de cierto interés, a pesar de aceptar que la belleza está más en los ojos del que la admira que en el propio objeto admirado en sí (de ahí el éxito de Font: el urinario de Marcel Duchamp, ya me entienden)

Y prosigo: para algunas personas la lectura es una actividad que les permite conciliar más rápido el sueño. Y lo hacen, acertadamente, porque una vez escucharon a un experto decir por enésima vez que no era aconsejable meterse en la cama con el móvil o con algún dispositivo similar. Pero tampoco lo es del todo hacerlo siempre  con un libro, pues se corre el riesgo de que las doscientas páginas originales del ejemplar, terminen convirtiéndose en un libro de ochocientas o de mil, o, en el peor de los casos, en regresar al estante con la frustración de no haber brindado al amante lector adormecido el mundo de imaginación y fantasía que escondían sus páginas.

Lo mejor sería intentar que la lectura figurara en tu horario, aunque fuera en quince minutos a días alternos, en una hora en la que tu atención estuviera en plena forma. Pero aún mejor que este último consejo o pensamiento compartido, sería que volverías al primer párrafo, y aceptaras que el mero hecho de preguntarte por qué te cuesta tanto leer es el primer paso para conseguir que deje de hacerlo.

Y si has llegado hasta aquí, reconoce que algo de razón tengo.

¿Y tú, qué piensas?

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