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Status Quo

Necesitamos una dosis de optimismo inyectada en vena  para poder ver la cara más positiva y optimista, que tenerla la tiene, del status quo actual. Necesitamos ver la luz clara y brillante que habita más allá del horizonte que algunas primeras espadas intentan dibujarnos a una velocidad tan acelerada, como el incesante giro de sus únicas neuronas mareando sus desorientados cerebros.

La génesis del horizonte

Me gustaría tener una estadística objetiva ( si ya sé que la objetividad sucumbió a finales del s XX, cuando las únicas redes sociales manipuladas eran la de nuestros entregados pescadores) donde se preguntara a algunos de los votantes que en su día apostaron por alguno de los mononeuronal-pintahorizonte, para saber si hoy volverían a darles el mismo voto de confianza pues aunque les corresponda solo un átomo de responsabilidad, tenerla también la tienen.

Y me da a mi que más de uno diría que…

El presente

Me gustaría también poder entablar una conversación pausada, reposada y tranquila ( perdonen el abuso de adjetivos manipulativos con la finalidad de inducirles al trance del contexto) para que me explicaran qué entienden ellos y ellas por servir políticamente a su pueblo, como semilla de todo ser altruista decidido a entregar su vida al bienestar ajeno, y cómo argumentan ellos y ellas la toma de unas decisiones que, en foro interno y a buen seguro, catalogan de justas, pertinentes y necesarias para sus conciudadanos. Y analizar sus respuestas desde un prisma serio: político, económico, histórico…

Y pensaba en ello en el contexto de los bandos que hoy ocupan portadas de ayer, hoy y mañana, desde puntos de mira contrapuestos. Así, en el bando, por ejemplo, que un día tomó la más que errónea e imperdonable iniciativa de zamparse a algunas crías de un violento tigre;  y el bando de esté y sus fieles secuaces, al reaccionar sin la menor proporcionalidad equitativa y perdonable, engullendo gatos de lomo erizado, uno tras otro, y lo que es peor, triste y lamentable, sus crías también inocentes y ajenas a toda responsabilidad y causa.

Recordé entonces aquella leyenda que contaba una androide a su pequeño cíborg, superdotado genéticamente, por allá los albores del s. XXII ( sí, s. XXII, reafirmo), de aquel conocido humano que, aburrido por tenerlo todo al alcance de la mano ( riqueza, poder, influencia, tierras…) decidió convertir la guerra en su entretenimiento y en vez de salir con su caballo al galope hacía la primera línea de fuego, por él creada, decidió refugiarse en su acomodado despacho manipulando el joystick de unos juguetones drones que lanzaba al viento para matar su aburrimiento.

La leyenda termina con una moraleja que podría resumir en: “ nunca menosprecies la fuerza de un apacible enemigo por muy débil que a primera vista parezca”

El contexto I: La Madre Tierra

Más de una vez he estado tentado de poner la oreja derecha, y después la izquierda al comprobar el fracaso de la primera, sobre la tierra para intentar escuchar su voz, su anhelo, su clamor de un deseo de permanente lucha por agrandar sus lindes, su imperio, la fama de sus proezas. ¡Y joder, no hay manera! Llegué incluso un día a hacer un agujero bastante hondo, pensando que tal vez la tierra era tan aparentemente violenta como tímida, hasta el punto de murmurar sus virulentos deseos a voz apagada, pero no obtuve más que el mismo resultado: su absoluto silencio.

Pensé entonces en que de por sí a la Madre Tierra le importaba un comino pertenecer a una frontera u otra; poco más que una mierda despertarse bajo el sonido de un himno u otro (en nuestro caso el famoso: lo lo lo lo lo lo lo lo …, propio de un país huérfano de letrados escritores y poetas, ¿verdad?) y un comino también secar sus lágrimas de alegría o tristeza con la tela de unos u otros dibujos o colores.

El contexto II: El Mal de Todo

Leía un día la gran predisposición que tiene el ser humano para culpar de sus infortunios vitales al prójimo, con tal de aligerar la propia mochila de sus miserias. Es fácil culpar al otro, o al azar o al desafortunado destino, de los propios errores, con tal de poder seguir inmersos en el confortable error que nos penaliza como personas.

Leía un día la cantidad de gente que teniendo todo tipo de comodidades en sus países de origen: trabajo, seguridad social ( de salud y callejera), servicios públicos gratuitos y de calidad: educativos, asistenciales, culturales…, pues que a pesar de todo ello, preferían entregar todos sus ahorros a alguna de las mafias que ofrecían emocionantes excursiones en cayuco, sin garantizar el llegar sanos y salvos al final del viaje.

Pensé entonces en mi propio árbol genealógico: en cómo mis abuelos maternos y paternos también teniendo de todo y en abundancia, decidieron un día abandonar sus tierras granadinas y pacenses para enseñarles, entre otras buenas intenciones, a hacer “un pa amb tomàquet” como Dios manda, a los catalanes que los recibieron con las manos abiertas.

Leía un día, en un diario de color sepia refiriéndose a un gran país estrellado, la cantidad de emprendedores que, provenientes de allende otras tierras, enriquecían el país que había tenido a bien abrirles las puertas de sus fronteras. Reflexionaba entonces, y lo sigo haciendo ahora, en si la riqueza que origina ese espíritu empresarial fruto «del otro o de la otra» compensa el dejarles entrar a casa, más allá de permitirles unas lucrativas estancias veraniegas.

Pensaba entonces, y lo sigo haciendo ahora, que tal vez esas allegadas almas, en ciertos casos, se convertían en emprendedores por no tener otra salida. Recuerden ustedes la frase: “ Bienaventurados los que están en el fondo del pozo porque será cuesta arriba el resto del camino”. Pues eso.

El Fin

En fin, podría escribir más claro, a buen seguro, pero hacerlo conllevaría el riesgo de insultar el intelecto de mis estimados lectores, y soy incapaz de hacerlo.

Lectores a los que animo a seguir leyendo, pues no conozco mejor arma defensiva para hacer frente al actual status quo que la de alimentar la propia opinión más allá del avispero de comentarios y enriquecedores vídeos de las redes sociales.

Redes que, todo sea dicho, respeto y a ratos confieso que me entretienen, y que sobre todo y por encima de todo, me obligan a no dejarme instruirme exclusivamente con y en ellas, si pretendo ser capaz de diferenciar las capas de verdades absolutas de las mentiras manipulativas que abundan en ellas.

¿Y tú, qué piensas?

http://www.javiercorreaescritor.com

http://www.javiercorrea.com

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