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Sociedad de blancos y negros

Pienso que…algún escarceo amoroso debe haber entre los extremos y el tiempo para que se atraigan con tanta fuerza cada dos por tres.
Siento comunicarte que si esperabas una reflexión personal acerca de las razas, voy a defraudarte, pues no es está mi intención. Los adjetivos blanco y negro, como los derecha e izquierda o duro y blando, podrían haber encabezado también el escrito que estás leyendo.

Esto va de los extremos que observo a diario, cada vez con mayor nitidez a pesar de desear lo contrario. Esto va de independentistas y nacionalistas, de derechas e izquierdas, de republicanos y demócratas, o de republicanos y monárquicos,… Esto va de identidad propia. De esa identidad que nos hace sentir bien al creer que somos alguien en algo.

Nacemos con una sonrisa o un berreo en los labios, es cierto. Podría ser un preludio metafórico de los dos extremos por los que va a discurrir nuestra vida, o una muestra palpable de que nuestro cerebro aún no ha madurado. Y madura, poco a poco, o a empujones según cada historia, mostrando todo él un color grisáceo a medida que lo va haciendo. Es un gris de esa gama de grises que tanto bien hizo a aquellas generaciones pasadas que navegaron por puntos eclécticos sin miedo a perder una personalidad firme y permeable. Firme y permeable: adjetivos que a día de hoy, lamentablemente, me habrían servido para suplir los antónimos negro y blanco.

Y entro en materia: esa identidad que nos define y asume el timón de nuestras acciones, idearios y deseos, parece empecinada en adentrarnos por un camino cada vez más estrecho. Lo vemos a día de hoy, incluso en el país que, a otros muchos, nos ha enseñado qué era eso llamado democracia, y como debía utilizarse para dirigir con brazo firme la libertad de sus ciudadanos. Lo vemos a día de hoy cuando en el país, aún económicamente más importante del mundo, se proclama vencedor, vociferando desmelenado, el perdedor de unos comicios electorales. Lo vemos a día de hoy, cuando toda propuesta de un partido, en multitud de escenarios parlamentarios, es destruida por el opuesto sin más análisis que el odio a la raíz de la que parte. Lo vemos a día de hoy, cuando las noticias se manipulan o destruyen si no encajan en el puzle de la identidad que nos enmarca, ofreciéndonos la protección del reo voluntario. ¡ Qué triste es verlo a diario, cada vez más extendido entre los aquí presentes!

Provengo de una familia de culés aficionados, que no forofos, que me permitía cenar cuando el Barça perdía aunque fuera compartiendo labios contrariados. Afición a un club que hemos ido heredando de generación en generación hasta que uno de mis hijos, se me ha hecho blanco. He de decir, siendo honesto, que mi primera reacción fue la de desheredarlo ( no voy a engañaros), pero después, recordando el color gris de mi cerebro: única bombilla de mis noventa kilos de carne magra, me di cuenta que debía estar orgulloso de ello. Orgulloso por haberle ofrecido la libertad para decidir aceptar o repudiar la herencia culé que yo mismo heredé sin cuestionarme si debía o no hacerlo. Orgulloso porque hasta entonces en mi casa, si el Barça perdía contra el rival blanco (como ocurrió hace poco), la sonrisa de los miembros que la componemos se la llevaba el árbitro en su silbato, o la escusa ramplona de un penalti no pitado. Y en cambio ahora, la ilusión del que gana uno de estos derbis planetarios, nos permite dejarnos contagiar al resto, y celebrarlo. Así que bien visto, es una bendición, como diría mi abuela, que en casa haya de todo un poco. Ahora soy yo quien deseo que el pequeño se haga del Español, del Atlético o del Sevilla; aunque del Bayern ni pensarlo.

Y regreso al punto de antes: si dejamos que esa identidad que nos define nos lleve por un camino cada vez más estrecho, veremos lo que estamos viendo: debates parlamentarios donde la agresividad es la tónica dominante; el insulto empieza a perder la fineza ironía y excepción de las generaciones pasadas, y el discurso argumentado de unas propuestas constructivas flaquea por todas partes, en el mejor de los casos. Y así, así no vamos a ninguna parte. No hace falta mirar mucho rato por la ventana para ver como los nacionalismos intentan volver a alzar muros fronterizos en vez de destruirlos en pro de la Europa unida y fuerte que necesitamos, cada vez con más urgencia. Ni hace falta permanecer mucho rato observando la calle para ver pasar votantes enrocados en ideologías incapaces de crecer adoptando las ideas más brillantes del otro, por el simple hecho de ser eso: del otro.

Me duele escribir esto, pero empiezo a pensar que formo parte de una generación demasiado acojinada, que no ha sabido descubrir el aprendizaje que hay detrás de las frustraciones de la vida. Y no me refiero en el sentido únicamente de la humildad que ella conlleva, sino de ese concepto proveniente de la física que ahora está de moda:, llamado: resiliencia, y antes, se decía simplemente coger el toro por los cuernos para tirar adelante. A eso me refiero: a esa actitud generosa que nos permite escuchar con atención labios de color ajeno; a reconocer sin tapujos cuando el argumento contrario tiene mayor recorrido que el propio; a entender que por mucho que intentemos manipular la realidad, al final la verdad terminará abriéndose paso como siempre hace. Este planeta,  y todas las especies que en él habitamos, necesita líderes capaces de respetar al que piensa diferente; capaces de reconocer el acierto ajeno; capaces de pedir perdón por el error propio con la humildad y entereza que posee quien no precisa demostrar la valía que lo define. Y parece mentira, que ningún gurú experto en campañas electorales, se haya percatado de ello. O tal vez lo ha hecho, y no le han permitido llevarlo a cabo.

Y regreso de nuevo a la experiencia compartida. Por primera vez en mi vida soy capaz de ponerme a ver un partido de fútbol del Madrid para disfrutar verlos jugando, gracias a mi hijo, con la misma ilusión que me pongo a ver uno del Barça de mis amores. ¿Y saben a qué conclusión llego hasta el momento? Madre mía que mal están ambos.

¿Y tú, qué piensas?

P.D: por cierto, Lazos de luz, la historia de cuatro mujeres dispuestas a erradicar la violencia de género de la sociedad (disponible a partir de diciembre), trata un poco de eso.

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