Pienso que…la pregunta: ¿mayoría de edad?, tiene tantas respuestas acertadas y absurdas como se quiera. Dieciocho años, podría ser una de las primeras ateniéndonos a nuestra legislación civil actual. Pero, a pesar de mi formación jurídica, la encuentro poco acertada. O si se quiere, útil para servir a la vida en derechos y obligaciones, e inútil para calibrar el grado emocional de ella.
En nuestra sociedad de ahora, en la de antes y en la que mis ojos ya no verán, la mayoría de edad es algo intrínseco a la persona.
Mis padres se hicieron mayores de edad el día que llegaron solos a Cataluña. Una tierra nueva, donde cobraría sentido las ilusiones que escondían sus maletas. Y tenían trece años, sí, trece. Algunos años menos que los veintiuno que exigía la legislación del momento. ¿En qué estaría pensando el Código Civil para exigir los veintiún años a la generación de la posguerra?
Las circunstancias que envuelven la vida de las personas, por mero azar del repartidor de suertes, hace que llegar a la madurez sea la meta de un camino más rápido o lento, más plácido o tormentoso.
Hoy, un trozo muy grande de mi corazón, llamado hija, ya es mayor de edad según la legislación civil. Pero en su caso, muchos meses atrás, ya lo era. Y no porque la vida la haya llevado a empujones, sino porque tiene el simple don de saber mirar a los ojos. Son almas que saben escuchar, aprender y sentir en su piel la emoción de una mirada ajena. Y esas personas que tienen el don de empatizar, maduran antes. Recorren el camino de la mayoría de edad con la lentitud que requiere observar el detalle que les hace ir más de prisa.
Desde mi pequeña libreta llamada: Pienso que… hoy quiero homenajear a mi hija, y a las vidas cuyas circunstancias llevaron a la mayoría de edad antes de cumplir el simple número de un código.
¿Y tú, qué piensas?
