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Las lindes del albedrío

Las lindes del libre albedrío que alimentan nuestra libertad no deberían expandirse, hasta endiosarnos, ni contraerse, hasta estrangularnos, en función del poder que asumen nuestras manos por muy enorme o diminuto que sea éste.

Máximo poder en las manos.

Las manos que sostienen las grandes decisiones que marcan el presente y futuro cercano del devenir de las vidas de millones de personas, deberían ser conscientes de sostener más poder de lo que a un ser humano le corresponde.

Ninguna primera espada política mundial debería apartarse del postulado de la ética entendida como teoría, ni de la moral, como praxis de aquella, que requiere el momentáneo poder que sostiene, por más vítores que lancen  el sequito de palmeros que lo acompañan (en ocasiones por propia supervivencia).

Y esta concepción de ser capaz de primar el interés social, por parte de ese Todo Poderoso, por encima de las decisiones individuales teñidas de soberbia y despotismo, poco ilustrado, debería ser algo innegociable. Algo que los ciudadanos de a pie no deberíamos permitir, ni acallar pasivamente, como lo han hecho últimamente un grupo de mujeres suizas, obligando a su país a cumplir con los compromisos adquiridos en aras de la salud del trozo de planeta que les corresponde.

Los ciclos de la historia.

A una velocidad algo más lenta de lo que gira nuestro planeta, y con sustantivos sinónimos o calificando la situación social con adjetivos similares, épocas como la que representa el teatro de la Tierra actualmente, ya forman parte del recuerdo de miles de calaveras.

Sin salir de nuestras lindes, a mediados del SXV en nuestra península, los reyes de nuestros reinos eran considerados como vicarios de Dios y reyes por gracia divina, considerando que recibían el poder del pueblo. Y este postulado ideológico tuvo diversos prismas de aceptación o rechazo.

Para los seguidores de Maquiavelo y su obra, el príncipe debía hacer cuanto requiriera mantenerse en el poder aunque para ello tuviera que apartarse de la ética y la moral social, adentrándose en la senda del mal de ser preciso y necesario. La historia les suena, ¿verdad? A buen seguro que quien más y quien menos sería capaz de nombrar algunos príncipes actuales, incluso con los ojos cerrados para imitar la visión con la que gobiernan.

Para los detractores de Maquiavelo, por contra, el poder del príncipe y su enormes competencias sociales y políticas debían quedar subordinadas a la ética y la moral, de forma y manera que el príncipe debía primar siempre el beneficio social del ciudadano, o súbdito, arrastrando sustantivos de la época.

Seis siglos después

Si apartamos el inmenso avance acaecido durante estos años en aspectos como la tecnología ( informática, robótica,…), la medicina ( vacunas, placebos,…) el ocio ( cine, parques temáticos…) o los medios de transporte ( con los últimos trenes balas a punto de convertirse en arterias del planeta), entre otros,  las respuestas a las grandes preguntas que dan sentido a nuestra existencia siguen sin encontrar salidas  entres pasos adelante, atrás, a la derecha, izquierda o centro.

Y es normal, para ellas no tenemos tiempo, ¿verdad?

Seguimos sin ser capaces de entender que todo lo legal no tiene porque ser legítimo ( y me duele reconocerlo como jurista).

Seguimos sin entender que el bien general debe primar sobre el individual si queremos afianzar los pilares de una paz duradera.

Seguimos sin entender que las creencias particulares deben ayudarnos a tener una vida más armónica con el prójimo y con nuestro precioso planeta, en vez de arrastrarnos hacia extremos de obscuridad donde el amor se transforma en la ira del odio incontrolable hacia todo aquel que no comparte la obscuridad que nos abriga.

Mínimo poder en las manos.

Es fácil sentir la desesperación, incomprensión y rabia que provoca el contemplar impotentes los sucesos bélicos, déspotas y egoístas que día sí día también abren las portadas de los noticieros universales. Se manipula y justifica lo injustificable.

Se oculta los daños colaterales que conlleva el dejar caer sobre espaldas inocentes tantos misiles de odio de algunos príncipes actuales.

Se olvida la memoria que revive los recuerdos al emigrar hacia otras tierras con la esperanza de iniciar una nueva vida.

Se acepta que muy pocos posean muy muchos silenciando gritos de pobreza, desesperación y hambruna.

Y en medio de esa tesitura uno se pregunta si la historia de David y Goliat no fue más que la proeza inventada por un bufón palaciego.

Es fácil afirmar que a título personal, tú y yo, no podemos hacer nada más que ir contemplando el devenir de los tiempos, esperanzados en que los príncipes ya se encargarán de garantizarnos de que cualquier tiempo venidero sea mejor al actual. Pero contemplando el panorama actual, sin caer en pesimismos deprimentes ( de lo que vamos demasiado sobrados), ni en optimismos ilusorios, me niego a aceptar sin más una actitud tan pasiva de mi efímero paso por este planeta.

La historia ha demostrado que los ciudadanos tenemos poder si somos capaces de sumar esfuerzos. Divide y perderás, como la gran excepción que da sentido a la regla. Revueltas sociales que han cambiado el devenir de la historia hay a docenas de pares. Y el concepto de revuelta, en el siglo actual,  no debiera ser sinónimo de veleidad, sino de inconformismo y acción, como lo han llevado a cabo las mujeres suizas que antes he mencionado, o lo podemos hacer tú y yo con nuestro valor de ejemplo ético en nuestras áreas competenciales, si tomamos conciencia del gran número de personas que nos envuelven a diario.

Como escritor lo intento, y de ahí que en mis novelas aparezcan valores morales, o se oculten entre líneas deseando ser encontradas por avispados lectores cual vasijas romanas. Como profesor intento no perder de vista el peso de mis opiniones cuando alzo la vista a los ojos de mis alumnos, lanzando proclamas que intentan responder la gran cantidad de inquietudes adolescentes que muy a menudo me preguntan, más allá del temario jurídico que me esfuerzo en explicarles.

Y acabo, con una de las herramientas democráticas de mayor impacto que tenemos a nuestra disposición: ejercer el derecho a voto. Tal vez tú, y yo también lo reconozco, tenemos la tentación de no ejercer este derecho, que tanto esfuerzo acarrea a su espalda, en estos próximos comicios europeos, sin ir más lejos. Pero si te sirve de algo, te diré que al final siempre acabo ejerciéndolo consciente de que en ciertas tesituras de la vida debemos primar lo que más conviene a la sociedad por encima incluso de la tentación de cada uno.

¿ Y tú, qué piensas?

www.javiercorrea.com

 

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