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Decálogo de un presente

Pienso que…de toda experiencia vivida podemos sacar algunas reflexiones positivas.

Comparto estas diez contigo, sin pretender hacer de ellas un numerus clausus, desde luego:

1. Que algo de tamaño tan insignificante como un virus pueda paralizar millones de metros cuadrados dedicados a la economía, no deja de ser una cura de humildad a todos los que flirteaban con ver la vida eterna terrenal, en el horizonte del presente siglo. La vulnerabilidad imprevista de la vida sigue siendo una sorpresa que corre paralela a nosotros, por más que intentemos obviarla en nuestro andar diario. Con este convencimiento, y por ese motivo, escribí Sombras de niebla.

2. Cada uno deberíamos reflexionar, ahora que el gris tiñe nuestro presente dejando al verde la línea del horizonte, sobre qué podemos hacer de más para mitigar otros virus sin corona y sin tanto protagonismo mediático como el presente. Y me refiero al virus del hambre, al de la soledad, al de la depresión,…o al de la indiferencia de ver personas hacinadas en balsas de plástico o muros de concertinas, sin más pecado que el de mirar al mismo horizonte verde que ahora sostiene nuestro ánimo.

3. Democracia no es libertinaje o el derecho de hacer lo que me plazca, fruto de un mal entendido concepto de libertad individual. A ello me referí en un anterior artículo titulado: Responsabilidad universal. A los juristas nos han dicho cientos de veces en la facultad, que en derecho, el bien común debe estar por encima del bien individual, pues lo que debe primar, por muy precioso y caprichoso que sea mi ombligo, es el bienestar colectivo. Confinamiento, amigas y amigos, no es sinónimo de vacaciones, ni siquiera en el uso literario, donde los escritores forzamos las palabras más allá de la elasticidad de sus acepciones.

4. Está muy bien que alguien que hace maravillas con una pelota se gane bien la vida, como también el que traza una curva en moto a más de 200 kilómetros por hora tocando el codo con el asfalto, y los que saltan de un rascacielos en llamas para agarrarse a las hélices de un helicóptero en la Misión Imposible del momento, y los que… Todas esas personas deberían poder ganarse la vida acorde con el espectáculo que ofrecen y el riesgo que voluntariamente asumen, pero sin permitir que tales emolumentos estuvieran a años luz del salario medio de: enfermeros, médicos, cuidadores, camioneros, cajeros, policías, científicos y un largo etcétera de oficios que ahora nos parecen más importantes que nunca, cuando nunca han dejado de serlo.

5. Cuando todo esto pase, deseo que haya una comisión internacional, venga de la mano de la organización internacional competente que sea, dedicada a averiguar de donde partió el brote que causó este virus, y a depurar responsabilidades, si las hay de carne y hueso, claro. No vaya a ser que el suceso fortuito no sea tal, a pesar de la ingenua bondad que nos define al común de los mortales vivos.

6. Dejarnos llevar por la alegría de volver al trabajo, de volver a plantearnos salir a correr, o de recoger a nuestros hijos a la salida del colegio, nos hará, durante un tiempo, aumentar en varios puntos la felicidad que nos proporcionaba tales acciones catalogadas de normales, rutinarias o de auténtico palo, pocos días antes. Cuánto daríamos ahora mismo por poder volver a decir…otra vez lunes, ¿verdad?

7. En la línea del punto anterior, esta experiencia también debería servirnos para relativizar el parámetro de puntuación de nuestra horquilla de felicidad. Seguramente, más de un suceso que nos ha segado el buen humor o, aún peor el sueño, días atrás, ahora mismo lo catalogaríamos de “suceso sin importancia”. Ese es, de hecho, uno de los principales aprendizajes que acostumbran a citar las personas que han vivido desgracias o enfermedades severas. Debemos aprender a darle gran importancia solo a aquellas pocas no, poquísimas cosas, que verdaderamente se lo merecen.

8. La necesidad de tener un plan B, esperando mejores tiempos, si el plan A no da resultado, o no lo da en el tiempo esperado. No descarto, en mi caso, seguir escribiendo a cara descubierta como acostumbro y, a la vez, seguir impartiendo clases vestido con guantes de látex, máscara y cuantas protecciones sean recomendables por las autoridades sanitarias, mientras me fijo en las máscaras de atención de mis estimados alumnos. De ser así, será mejor tomárselo con la alegría de pensar que formamos parte del récord Guiness del carnaval más longevo.

9.  En línea con la reflexión anterior, la economía, la macro,  puede embarrancarse por un tiempo, pero no puede permitirse caer barranco abajo. Y no puede porque, de hacerlo, los más perjudicados serían esta vez los que más tienen. Sí, ya sé que parece contradictorio, pero no lo es. Poco pierden los que poco tienen. Tal vez sea esa la cara afortunada de la desdicha, o la dicha de los que aprendieron a verla solo con lo que tienen.

10. Y por último, celebro con emoción todas las variopintas y creativas iniciativas sociales que están surgiendo para hacernos este confinamiento más llevadero. La fuerza de compartir emociones en un mismo plano, con todos los miembros de nuestra especie, más allá de las fronteras de pensamientos y creencias y del color de la piel que muestren nuestras relucientes manos, debe darnos la confianza necesaria para superar retos universales como el que estamos viviendo actualmente.

Ánimos, a miles y millones para tod@s.

¿Y tú, qué piensas?

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